Carta del Jefe Indio Seattle a James Monroe en 1819
El gran jefe de Washintong ha mandado hacernos saber que
quiere comprarnos las tierras junto con palabras de buena voluntad. Mucho
agradecemos este detalle porque bien conocemos la poca falta que le hace
nuestra amistad. Queremos considerar el ofrecimiento porque bien sabemos que,
si no lo hiciésemos, pueden venir rostros pálidos a arrebatarnos las tierras
con armas de fuego.
Pero ¿Cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor
de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el
brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podrían ser comprados? Tenéis que saber que
cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. La hoja verde, la playa
arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos
insectos… son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo. Los muertos del
hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las
estrellas. Nuestros muertos nunca se alejan de la tierra que es la madre. Somos
una parte de ella y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila
majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el
calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por eso cuando el gran jefe de Washintong nos hace decir que quiere comprar las
tierras, dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente
entre nosotros. Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por
ello consideramos su oferta de comprar nuestra tierra. No es fácil ya que esta
tierra es sagrada para nosotros. Es demasiado lo que pide.
El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos
no es solamente agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados.
Si os la vendemos, tendríais que recordar que son sagradas y enseñarlo así a
vuestros hijos… También los ríos son nuestros hermanos porque nos liberan de la
sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran los peces, y que cada reflejo
fantasmagórico en las claras aguas de los lagos, cuenta los sucesos y memorias
de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi
padre.
Sí, gran jefe de Washintong: los ríos son nuestros
hermanos, y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimento de
nuestros hijos. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben recordar y
enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son
suyos. Y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a
un hermano.
Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no
entiende nuestra manera de ser. Tanto le da un trozo de tierra u otro, porque
es como un extraño que llega de noche a sacar de la tierra todo lo que
necesita. No la ve como hermana sino como enemiga. Cuando ya la ha hecho suya
la desprecia y sigue caminando delante, dejando atrás la tumba de sus padres
sin importarle. Le secuestra la vida a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la
tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su
madre, la tierra, y a su hermanos, el firmamento, como objetos que se compran,
se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devora la
tierra dejando atrás sólo un desierto.
No lo puedo entender. Nosotros somos de una manera de
ser bien deferente. Vuestras ciudades hieren los ojos del hombre de piel roja.
Quizá sea porque somos salvajes y no podemos comprender. No hay un solo sitio
tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda
escuchar en la primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de
un insecto. Quizá es que soy un salvaje y no comprendo bien las cosas. El ruido
de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto: ¿Qué clase de vida
tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o la
discusión nocturna de las ranas en torno a la balsa? Soy piel roja y no lo
puedo entender. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la
superficie de un estanque, así
como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía,
o perfumado con aromas de pinos.
Cuando el último piel roja haya desaparecido de esa
tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como el de una nube que
pasa por la pradera, entonces todavía estas riberas y estos bosques estarán
poblados por el espíritu de mi pueblo. Porque nosotros amamos este país como
ama el niño los latidos del corazón de su madre.
Si decidimos aceptar vuestra oferta, tendré que poneros
una condición, que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras
como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida.
Tengo vistos millares de búfalos pudriéndose abandonados
en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha.
Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que
el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Qué puede ser del hombre sin los animales? Si todos los
animales desapareciesen el hombre moriría en una gran soledad. Todo lo que le
suceda a los animales pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas
están ligadas.
Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son
las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está
enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla.
Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los
nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra les
ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo se
escupen a sí mismos.
Todo lo que le ocurre a la tierra, le ocurrirá a los
hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida, él es sólo un hilo.
Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco,
cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino
común. Después de todo quizá seamos hermanos. Ya veremos.
Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra
algún día, nuestro Dios es el mismo. Ustedes pueden pensar que ahora él les
pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan. Pero no es
así. Él es Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el
piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para él y
si se daña provocaría la ira del creador.
También los blancos se extinguirán, quizás antes que las
demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida pues sólo es uno de sus
hijos y está tentando a la desgracia si osa romper esta red. Estamos bien
seguros. Todas las cosas están ligadas como la sangre de una misma familia Si
ensucian vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios
excrementos.
Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de
gloria inspirados por la fuerza de Dios que les trajo a esta tierra y que por
algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Este
designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan
los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos
de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las
exuberantes colinas con cables parlantes.
¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Dónde está
el águila? Desapareció.
Así se acaba la vida y comenzamos a sobrevivir tan solo.
No sé que es mejor el texto o el video... Gracias por este fantástico aporte lleno de información que me ha hecho reflexionar....
ResponderEliminarAndo tan pillada entre semana que solo de ver la extensión me da un soponcio, prometo que en el fin de semana lo veré despacito...palabrita.
ResponderEliminarCreo que me ha salido un poco plasta la entrada de los indios....una provocación para el 7º de caballería :)
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